Camino a la Beatificación

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Decreto de convocatoria al "Año del Compromiso Cívico y Ciudadano"


Luis Urbanč,
por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica,
8º Obispo de Catamarca,
a todos los hijos de la Iglesia Particular de Catamarca


¡Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Salvador! (Tito 1, 4)


Continuando en el tiempo el estilo de diálogo con que Dios mismo habla a los hombres como amigos (cf Ex 33, 11; Jn 15, 14), ya desde sus orígenes abrió la Iglesia su corazón a toda la humanidad para ofrecerle su único tesoro, que es el Hijo Unigénito de Dios hecho hombre, Jesucristo Nuestro Señor, en quien el Dios Uno y Trino dirige su palabra a la persona humana toda entera, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad.
Haciéndolo, no busca la Iglesia otro fin que continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y para servir.
De ese modo, la Iglesia ofrece a la humanidad una valiosa contribución al largo esfuerzo de las civilizaciones y culturas que han procurado, en el curso de los siglos, conocer la verdad sobre el  lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad.
Obrando así, la Iglesia ayuda a responder las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana y han lacerado a incontables espíritus que trataron de contestar a interrogantes como ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistas si su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida?
Nadie ignora, queridos hermanos, que la orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a estos interrogantes.
Sobre todo porque cuando indaga “el porqué de las cosas” y busca la respuesta última y más exhaustiva, la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, ésta representa la expresión más elevada de la persona humana, porque es la cima de su naturaleza racional.
Estos interrogantes radicales y las respuestas que acompañan desde el inicio el camino de los hombres, adquieren, en nuestro tiempo, importancia aún mayor por la amplitud de los desafíos, la novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales están llamadas a realizar.
Primero, el gran desafío de la verdad misma del ser-hombre. En este orden, el límite y la relación entre naturaleza, técnica y moral son cuestiones que interpelan fuertemente la responsabilidad personal y colectiva en relación a los comportamientos que se deben adoptar respecto a lo que el hombre es, a lo que puede hacer y a lo que debe ser.
Luego, el desafío de la comprensión y la gestión del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social.
En fin, el desafío de la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad.
Nosotros, discípulos de Jesucristo, nos sabemos interrogados por estas cuestiones, las llevamos dentro del corazón y queremos comprometernos, junto con todos los hombres, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social.
Queremos contribuir a esta búsqueda proclamando con gozo y convicción a la humanidad que Dios nos ha dirigido su Palabra a lo largo de la historia; más aún, que Él mismo ha entrado en la historia para dialogar con la humanidad y revelarle su plan de salvación, de justicia y de fraternidad; que en su Hijo, Jesucristo, hecho hombre, Dios nos ha liberado del pecado y nos ha indicado el camino que debemos recorrer y la meta hacia la cual hemos de dirigir nuestros pasos.
Como Iglesia, pues, caminamos junto a toda la humanidad por los senderos de la historia. Vivimos en el mundo. Y, sin ser del mundo (cf. Jn 17,14-16), nos sabemos llamados a servirlo siguiendo nuestra propia e íntima vocación.
Esta actitud está sostenida por la convicción profunda de que para el mundo es importante reconocer a la Iglesia como realidad y fermento de la historia, así como para la Iglesia lo es no ignorar lo mucho que ha recibido de la historia y de la evolución del género humano.
Hoy como ayer la Iglesia, conducida por el Espíritu, pone al servicio del hombre su poder salvador, con la clara conciencia de que es la persona del hombre la que hay que salvar, de que es la sociedad humana la que hay que renovar.
Para ello propone a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que puede animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, y que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad.
Humanismo que sólo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia.
Queridos hijos y hermanos de nuestra amada Iglesia de Catamarca: Habiendo transitado los años precedentes las diversas etapas establecidas en nuestra común marcha hacia los doscientos años del descubrimiento de la prodigiosa Imagen de la Virgen del Valle en la Gruta de Choya, comenzaremos este año un proceso eclesial de mayor inserción en el corazón de nuestra sociedad catamarqueña.
Lo hacemos con la aguda certeza de que la cuestión social nos interpela a la luz de la fe y de que, para un creyente, la acción social no es una opción sino una necesidad. En efecto, “en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (Francisco, Evangelii Gaudium, n. 177), por lo que “desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora”. (Ibidem, n. 178) En consecuencia, “así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”. (Ibidem, n. 179)
Por todo ello, en fidelidad al mandato de caridad del Señor, que abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos (Ibidem, n. 181), invitamos a los hijos de la Iglesia a proponer con pasión y convicción, desde el testimonio y la palabra, el  pensamiento social de la Iglesia que, siendo sobre todo positivo y propositivo, orienta hacia una acción transformadora. (Ibidem, n. 183)
Para ese fin, decretamos que a partir del día Ocho de Diciembre del presente año, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, hasta la misma fecha del año próximo, se celebre en la Iglesia de Catamarca un Año del Compromiso Cívico y Ciudadano.
Para orientarlos en la asunción de este propósito que nace de la fe, les he dirigido una Carta Pastoral en la que ofrezco un rápido resumen del Magisterio Social de la Iglesia, urjo la formación de Equipos Parroquiales de Pastoral Social e indico cuatro metas a cumplir en el curso de los años que restan hasta la celebración del cuarto centenario del hallazgo de la Imagen de la Virgen del Valle.
Quiera Ella acompañarnos en esta nueva etapa y obtenernos, con su maternal intercesión, las gracias que necesitamos para ser fieles a Jesús, a su Evangelio y al mandato del amor fraterno, y para transformar en una luminosa realidad este proyecto evangelizador que nos hará crecer en pertenencia eclesial y en compromiso social.
Dado en San Fernando del Valle de Catamarca, Sede Diocesana, a tres días del mes de Diciembre del Año del Señor, Año de los Laicos en la Misión Diocesana Permanente, Año de la Vida Consagrada en toda la Iglesia y Año Bicentenario de la Patria de dos mil quince.