Camino a la Beatificación

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28 mayo 2017

La Ascensión de Jesús al cielo

Los cuarenta días que mediaron entre la resurrección de Jesús y su ascensión al cielo nos fueron de gran provecho, porque en ese lapso el Señor dio pruebas acabadas de la verdad de su resurrección, nos instruyó  en las personas de los apóstoles acerca del Reino de Dios y anunció la venida del Espíritu Santo.
Luego de estos cuarenta días el Señor ascendió al cielo, lo que fue y es un acontecimiento de fundamental importancia no sólo porque Jesús entró en la gloria de Dios, significada por la nube que lo ocultó ante los ojos de los discípulos, sino también porque en ese mismo momento los ángeles anunciaron el misterio de la segunda venida del Señor al fin de los tiempos y por el mismo hecho de la ascensión quedaba todo dispuesto para la efusión del Espíritu.
Por esto nos convenía que Jesús se vaya al Padre. Pero hay además otros motivos de cristiana alegría.
En efecto, desde la ascensión ya no conocemos al Señor con los ojos del cuerpo, sino con los de la fe, por lo que nuestra adhesión a Jesús se hizo más espiritual. Más aún, se tornó adhesión celestial, porque por la ascensión los cristianos buscamos las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra del Padre. Y esta expansión del alma nos lleva a abrazar con el corazón también a nuestros hermanos que están con Jesús en el cielo, que es lo que da sustento a nuestra devoción por los santos, con quienes cultivamos una amistad real, espiritual y celestial que honra y dignifica nuestra vida terrenal.
Por otra parte, la ascensión de Jesús nos obliga a promover en su nombre una vida comunitaria eclesial más real. Y eso es lo que ocurrió con los apóstoles, quienes mientras el Señor vivía en la tierra, estaban como centrados en él, esperándolo todo de él; pero luego de la ascensión, sin dejar de girar en torno a Jesús, comenzaron a hacerse corresponsables de los discípulos del Señor, fomentando la difusión de su palabra, la reunión comunitaria para partir el pan, la práctica constante de la oración y la apertura a las necesidades humanas de cada uno.
En fin, Jesús subió a los cielos como sacerdote que intercede continuamente por nosotros ante el corazón del Padre, desplegando ante él los inconmensurables méritos de su pasión y su muerte y haciéndose fuente inexhausta de gracias para incremento de santidad en los justos y de conversión interior en los pecadores.

Con su ascensión, pues, Jesús cesó de estar con nosotros visiblemente; pero los creyentes sabemos que no nos abandonó, porque, cumpliendo su palabra, estará con nosotros todos los días hasta la consumación de los siglos.