Camino a la Beatificación

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08 diciembre 2015

Las familias rindieron su homenaje a la Madre del Valle con la presencia de gran cantidad de peregrinos

El lunes 7 de diciembre, en el último día de la novena en honor a la Virgen del Valle, rindieron su homenaje la Pastoral Familiar Diocesana, el Movimiento Familiar Cristiano, Grávida, el Equipo de Acompañamiento a Embarazadas, Renacer y Familiares de Víctimas de Accidentes de Tránsito Catamarca (Faviatca).
La Santa Misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Delegado Episcopal para la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez, en el Paseo de la Fe,
donde se dio cita una gran cantidad de fieles y peregrinos que arribaron a nuestra ciudad para honrar a la Reina del Valle.
Durante la ceremonia, los matrimonios presentes renovaron sus promesas matrimoniales, y al finalizar la celebración eucarística se llevó a cabo la Serenata a la Santísima Virgen, con la presencia de los hermanos peregrinos.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
        Queridos Devotos y Peregrinos:
                                                              En este noveno día de la novena en honor a nuestra Santísima
Madre del Valle, la Iglesia recuerda la memoria del obispo san Ambrosio, arzobispo de Milán; y rinden su homenaje la Pastoral Familiar diocesana, el Movimiento Familiar Cristiano,  Grávida, el Equipo de acompañamiento a Embarazadas, Renacer y Familiares de víctimas de accidentes automovilísticos. Bienvenidos a esta celebración.
            La temática que se propuso para este último día de la novena consiste en proclamar las maravillas de la Misericordia del Señor; y quién más idónea para enseñárnoslo que la Virgen María que, con su Magnificat, nos dejó un poema magistral sobre la Misericordia de Dios, de la que fue particularmente beneficiaria y por medio de Ella toda la humanidad.
            El Papa Francisco, para invitarnos a vivir el Jubileo extraordinario de la Misericordia, se hace eco de la enseñanza de san Juan XXIII, quien decía que: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la Misericordia y no empuñar las armas de la
severidad… La Iglesia Católica quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de Misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella». En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien se expresaba de esta manera: «Queremos hacer notar que el Espíritu que animó al Concilio ha sido principalmente la caridad, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano. Una corriente de afecto y admiración se tuvo desde el Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor».
             Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico de Misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cf. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la Misericordia de Dios.
Por ende, siempre necesitamos contemplar el misterio de la Misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación (MV n° 2).
            Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la Misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre (MV n° 3).
            Uno de los males endémicos de nuestra sociedad es la corrupción a todos los niveles. Esta situación que, lamentablemente, se connaturalizó, necesita muchísimo de la Misericordia de Dios. De allí que el Papa, en el n° 19, hace un firme llamado contra la violencia organizada y contra las personas ''promotoras o cómplices'' de la corrupción, a la que denomina "llaga putrefacta"; e insiste que en este Año Santo haya una verdadera conversión: "¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Delante a tantos crímenes cometidos, escuchen el llanto de todas las personas depredadas de la vida, de la familia, de los afectos y de la dignidad. Seguir como están es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora piensan. El Papa les tiende la mano. Está dispuesto a escucharlos. Basta solamente que acojan la llamada a la conversión y se sometan a la justicia mientras la Iglesia les ofrece misericordia”.
            Una hermosa síntesis nos ofrece el Salmo 84 que hemos meditado: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles, y su gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y la tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos” (Sal 84,10.11-14).
            El relato del evangelio, Lc 5,17-26, describe la feliz conjunción entre el esfuerzo humano, los amigos que son capaces de perforar el techo de la casa para colocar al paralítico delante de Jesús, y del obrar de Jesús, el testigo de la Misericordia de Dios para con nosotros, capaz de transformar la realidad de una forma inesperada y nueva. Jesús perdona los pecados, y Jesús cura. El paralítico es ahora un hombre nuevo en todos los sentidos. Posiblemente los amigos se habrían conformado con que hubiese vuelto a caminar. Pero Jesús, Dios, va más allá en su curación, renovando en plenitud el interior de la persona herida por el pecado y la enfermedad. 
Creer es mantener las expectativas abiertas a la acción de Dios, que rompe nuestros esquemas y abre un futuro nuevo para nosotros. Creer es situar nuestra esperanza, nuestra acción y nuestra forma de comportarnos ahora mismo, más allá de lo que la razón nos dice que es posible. Creer es comprometerse ya por una vida honrada, servicial, inclusiva, cordial, solidaria y pacifista, aunque eso nos cueste la vida y no veamos los resultados en mucho tiempo.
Que la Santísima Virgen nos ayude a abrir los corazones de nuestros hermanos para colocarlos ante el trono de la Misericordia de Dios que siempre perdona y sana.
¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!   ¡¡¡Viva la Madre de las Familias!!!