Camino a la Beatificación

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31 octubre 2014

Origen y sentido de la celebración de Todos los Santos y los Fieles Difuntos

Ya que Cristo comunica su santidad a la Iglesia y a cada uno de los miembros de su cuerpo (1 Ped 2, 9), san Pablo llama “santos” a todos los cristianos (ejs., Rom 1, 7; 15, 25). Sin embargo, el título de “santo” pronto comenzó a ser atribuido de un modo especial a los bautizados que habían vivido su pertenencia a Cristo con una plenitud mayor, esto es, a los mártires (testigos). A partir del siglo III también se llamó “santos” a aquellos que, sin haber derramado su sangre, habían sufrido por la fe. Eran los “confesores”. Paulatinamente se extendió el concepto de “confesores” a los ascetas, a las vírgenes, a los obispos y demás fieles que habían honrado el nombre de cristianos con la perfección de sus vidas.
Para poner orden en el culto que los fieles tributaban a los “mártires”, la Iglesia de Roma se preocupó por conocer el nombre, el día, el lugar y la razón de su martirio, recordando la conocida sentencia de San Agustín: “el martirio no depende de la pena, sino de la causa”. Y esto mismo se aplicó a todos los “santos”.
Pero tanto la feligresía cuanto los teólogos no dejaron de tener presentes a los cristianos ejemplares cuyos nombres permanecieron en el anonimato. Y a esto se debe la celebración colectiva de Todos los Santos. En efecto, a partir de la segunda mitad del siglo IV, el calendario de Nicomedia anunciaba para el viernes de la octava pascual la fiesta de “todos los santos confesores”. En Roma, el papa Bonifacio IV, a comienzos del siglo VII, dedicó el Panteón en honor de “santa María y de todos los santos mártires”, y su aniversario se celebró durante mucho tiempo el 13 de mayo. En el siglo siguiente aparece en Inglaterra una nueva solemnidad, la de Todos los Santos, que se fija para el 1 de noviembre. Esta Fiesta, que se propagó por el imperio carolingio a lo largo del siglo IX, es la actual Solemnidad de Todos los Santos, en la cual se celebra la entrada en el cielo, se invoca la intercesión y se expresa el propósito espiritual de seguir el ejemplo de aquellos discípulos de Cristo en quiénes más ha resplandecido su imagen, pero cuyos nombres, aunque están inscriptos en el Libro de la Vida, nos son desconocidos para nosotros, ya que su fe ejemplar sólo Dios conoció.


Por otra parte, ya desde comienzos de la historia de la Iglesia, la comunidad cristiana era invitada en la eucaristía dominical a no olvidarse de rezar por sus difuntos. Para ello durante todo el primer milenio se celebraron oficios conmemorativos (aniversarios, novenas) de los fieles que se durmieron en el Señor. Y desde san Odilón, abad de Cluny, hacia el año 1030, el año litúrgico hace seguir la Conmemoración de todos los fieles difuntos a la fiesta de Todos los Santos, exhortando a los fieles a visitar los cementerios con el fin de fomentar la oración y la intercesión por los que murieron, práctica que ayuda a poner de manifiesto la dimensión escatológica de toda vida humana en marcha hacia el Padre y expresa también nuestra eclesial comunión con quienes nos precedieron en la vida y en la fe.

La unión del culto a los santos con el culto a los difuntos nos recuerda anualmente que no hay más que una sola ciudad de los vivientes, de los cuales algunos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es; mas todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en El (Lumen Gentium, n. 49).

En la Solemnidad de todos los Santos, pues, la Iglesia se contempla a sí misma descansando con Jesús en la gloria del Padre, reposa en la certeza del amor intercesor de los bienaventurados y marca el rumbo para toda vida humana. En la Conmemoración de los Fieles Difuntos la Iglesia ora por sí misma intercediendo por  Cristo, con Cristo y en Cristo a favor de quienes se durmieron en el Señor, para que también ellos alcancen el gozo de la gloria eterna, recordando que “es santo y saludable el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12, 46).

Esta doble celebración nos enseña, por tanto, que la unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales (Lumen Gentium, n. 49).

Colaboración: Pbro. Carlos Ibáñez