Camino a la Beatificación

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22 junio 2014

Multitudinaria celebración de Corpus Christi en el Año de los Niños y los Adolescentes

En la mañana del domingo 22 de junio, miles de fieles de las parroquias de la ciudad capital se dieron cita en el Polideportivo Fray Mamerto Esquiú para celebrar la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. A partir de las 10.30, dio inicio la celebración eucarística presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del decanato Capital, que concluyó con la procesión hasta el Parque de los Niños, en adhesión al Año dedicado a la Niñez y la Adolescencia.
Participaron de esta tradicional manifestación de fe cristiana, las banderas de ceremonias de colegios privados
confesionales, con sus abanderados, escoltas y directivos; delegaciones de las parroquias Capital y congregaciones religiosas, entre las que se destacó la presencia de las Monjas Dominicas del Monasterio Inmaculada de Valle.
Al comienzo de la ceremonia, el Secretario Canciller de la Curia Diocesana, Pbro. Juan Olmos, dio lectura al decreto con la nómina de los laicos designados en cada parroquia como Ministros de la Comunión durante 2014. Los mismos están autorizados a colaborar con los párrocos dando la Santa Comunión en las celebraciones masivas y a los enfermos en el caso de que éste no pueda hacerlo.

“Que nuestros niños y adolescentes
perciban la importancia de este regalo”


Durante su homilía, Mons. Urbanc destacó el sentido de la celebración expresando: “Los ‘discípulos-misioneros’ de Jesús nos hemos congregado para celebrar y honrar públicamente la presencia real del Hijo de Dios, hecho hombre en el Sacramento de la Eucaristía. Este año lo hacemos con mayor ilusión y dedicación porque queremos que nuestros niños y adolescentes perciban la importancia de este regalo que nos hizo Jesús antes de entregar su vida por nuestra salvación, decidiendo quedarse con nosotros en el Milagro de la Hostia para sostenernos con
este alimentos hasta que cada uno llegue a la meta de la plena felicidad en el Cielo, que es la creciente comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eterno e infinito misterio de AMOR”.

En otro tramo afirmó que “para recibir a Jesús en la Eucaristía y tener esa vida plena y sin fin, hay que tener fe, la cual a su vez crece y se fortalece con este alimento. Cuando tomamos alimentos para nuestro cuerpo, éstos son asimilados por nuestro sistema digestivo, en cambio cuando comemos el Cuerpo de Cristo, Éste nos asimila a Él, nos eleva a su condición divina.

Como hoy nos hemos propuesto acomodar la celebración para que nuestros niños y adolescentes participen mejor de ella, permítanme que recurra a mi experiencia de vida respecto a la vivencia de este saludable misterio eucarístico”.

Dirigiéndose a los adultos, dijo: “Pongan a los niños y adolescentes tan cerca de Jesús que aprendan de Él, sea desde el Evangelio, sea desde su presencia real en la Eucaristía, sea desde la Caridad para con el prójimo, sea desde la Oración personal o en familia, todas las nociones del catecismo, no ya de memoria, sino desde el conocimiento experiencial, del cariño y la
imitación. Que desde el vientre materno sepan, perciban lo que hacía y decía Jesús, cómo sufría y trabajaba, cómo obedecía y trataba a Dios, su Padre, cómo trataba a sus papás, amigos, enemigos, conocidos o desconocidos, pobres, enfermos o ancianos, sea cuando era niño, adolescente, joven o adulto. Es decir, que todos nuestros niños, ‘sepan’ a Jesús, que tengan sabor a Jesús, que sean ‘sacramento’ de Jesús, si se me permite decir”.


Durante la fiesta propia de la Eucaristía, se vivió un momento lleno de emoción luego de que el Obispo consagrara la hostia y el vino. Ante el Cuerpo y Sangre de Jesús verdaderamente presente, el Polideportivo repleto cantó a una sola voz ¡Vive Jesús, el Señor!, y estalló en aplausos.

En el momento de la comunión, los laicos recientemente instituidos fueron los encargados de distribuir la Sagrada Eucaristía a los hermanos ubicados en las tribunas del Polideportivo Capital.
A continuación, el Obispo colocó el Santísimo Sacramento en la custodia preparada para la ocasión, e invitó al recogimiento en un momento de Adoración Eucarística antes de partir hacia el Parque de los Niños.

Alegre marcha

En un clima de oración y alabanza se formó una larga columna de fieles que se dispuso detrás de la Cruz procesional, seguida de las banderas de ceremonia y los sacerdotes que llevaron en andas el Santísimo Sacramento. Caminaron cantando en una colorida y alegre marcha que contó con gran participación de niños y adolescentes de los grupos de catequesis y grupos juveniles de cada parroquia, bordeando el Parque Adán Quiroga y atravesando el Portal de la Ciudad, encaminándose por la avenida Belgrano para finalizar en la explanada de ingreso del Parque de los Niños.
Antes de impartirles la bendición final, Mons. Urbanc guió un momento de Adoración Eucarística y rogó al Señor por más vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras y de laicos comprometidos.


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Queridos Niños, Adolescentes y demás aquí presentes:

Los ‘discípulos-misioneros’ de Jesús nos hemos congregado para celebrar y honrar públicamente la presencia real del Hijo de Dios, hecho hombre en el Sacramento de la Eucaristía. Este año lo hacemos con mayor ilusión y dedicación porque queremos que nuestros niños y adolescentes perciban la importancia de este regalo que nos hizo Jesús antes de entregar su vida por nuestra salvación, decidiendo quedarse con nosotros en el Milagro de la Hostia para sostenernos con este alimentos hasta que cada uno llegue a la meta de la plena felicidad en el Cielo, que es la creciente comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eterno e infinito misterio de AMOR.
El texto del Evangelio (Jn 6,51-58) que acabamos de escuchar lo explica recurriendo a la comparación de la comida para que caigamos en la cuenta de que tenemos absoluta necesidad de la persona de Jesucristo: “En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes” (Jn 6,53)… “Este es el Pan que ha bajado del Cielo; no como el que sus padres comieron en el desierto y murieron; el que come este Pan vivirá para siempre” (Jn 6,58).
Ciertamente que para recibir a Jesús en la Eucaristía y tener esa vida plena y sin fin, hay que tener fe, la cual a su vez crece y se fortalece con este alimento.
Cuando tomamos alimentos para nuestro cuerpo, éstos son asimilados por nuestro sistema digestivo, en cambio cuando comemos el Cuerpo de Cristo, Éste nos asimila a Él, nos eleva a su condición divina.
Como hoy nos hemos propuesto acomodar la celebración para que nuestros niños y adolescentes participen mejor de ella, permítanme que recurra a mi experiencia de vida respecto a la vivencia de este saludable misterio eucarístico.
Desde que tengo uso de razón he podido ir valorando, en el ejemplo de mis padres y por la participación en las celebraciones de la comunidad creyente, que la presencia real de Cristo en la Hostia es el centro de la vida del ser humano, que no hay nada en el mundo que se le asemeje, que no hay fuerza superior, que no hay expresión de amor más sublime que la de Cristo verdaderamente presente en la Eucaristía, que la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida del cristiano, que el ser humano no puede vivir ni ser feliz sin la asidua recepción de este santísimo sacramento.

¡Cuánto asombro me causaba ver a mis padres arrodillados frente a Jesús Sacramentado! ¡Cuántas veces he preguntado a ambos qué veían, qué decían, qué oían, qué sentían y qué gusto tenía la hostia! Siempre la respuesta era convincente y adecuada a mi crecimiento. No recibía respuestas evasivas, sino aquellas que sostenían la vida de ellos y sus convicciones. Lo que fui descubriendo paulatinamente es que ellos eran coherentes con lo que me decían. Que por recibir a Jesús había que hacer cualquier sacrificio: levantarse temprano para participar de la única Misa que había en mi pueblo, o viajar muchos kilómetros para participar cada domingo en la Misa. El domingo era día de fiesta, de descanso en familia, de lectura de la Palabra de Dios, de visitar a algún enfermo o alguna familia para compartir con ellos el Día del Señor, o para recibir visitas, para hablar de Dios, del amor humano y cristiano, de la educación de los hijos, etc. Siempre era día no laborable: “seis días trabajarás y el séptimo descansarás” (Ex 20,9-11; 23,12; 31,15; 34,21; Lv 23,3).

Por tanto, queridos adultos, pongan a los niños y adolescentes tan cerca de Jesús que aprendan de Él, sea desde el Evangelio, sea desde su presencia real en la Eucaristía, sea desde la Caridad para con el prójimo, sea desde la Oración personal o en familia, todas las nociones del catecismo, no ya de memoria, sino desde el conocimiento experiencial, del cariño y la imitación.

Que desde el vientre materno sepan, perciban lo que hacía y decía Jesús, cómo sufría y trabajaba, cómo obedecía y trataba a Dios, su Padre, cómo trataba a sus papás, amigos, enemigos, conocidos o desconocidos, pobres, enfermos o ancianos, sea cuando era niño, adolescente, joven o adulto. Es decir, que todos nuestros niños, ‘sepan’ a Jesús, que tengan sabor a Jesús, que sean ‘sacramento’ de Jesús, si se me permite decir.

No olvidemos que el lema de este año está inspirado, como no podía ser de otro modo, en las mismas palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan” (Mt 19,14; Mc 10,14; Lc 18,16). Son palabras comprometedoras, que no admiten dilación ni excusas de ningún tipo. Con los niños no nos es lícito experimentar, ya que lo que hayamos hecho mal es irreversible. No se puede rebobinar la vida. De allí que la siembra correcta, amorosa e integral que se haya hecho en ellos desde antes de ser concebidos dará muchos frutos. Sólo esos niños podrán ser verdaderamente felices, ya que para eso Dios ha creado a todo ser humano. Y Jesucristo es el Modelo que debemos mirar e imitar para lograrlo, y con creces, si nos alimentamos de Él en la Sagrada Eucaristía.

Le pidamos a Nuestra Señora del Valle que nos ayude a valorar este Divino Alimento y a recibirlo con las debidas disposiciones del alma, frecuentemente, ya que así podremos vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios, dando Gloria a Dios y sirviendo a los hombres como verdaderos hermanos. ¡Así sea!

¡Bendito y Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

¡Sea por siempre Bendito y Alabado!