Camino a la Beatificación

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05 abril 2010

Mons. Urbanč: “La Vigilia Pascual inaugura en la humanidad una renovada primavera de esperanza”

El Sábado Santo por la noche se concretó la Vigilia Pascual en todos los templos de la Diócesis de Catamarca, en sintonía con la Iglesia universal. En la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, la ceremonia litúrgica fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el Vicario General, Pbro. Julio Quiroga del Pino; el Delegado Episcopal del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. Domingo Chaves; y los sacerdotes Bartolomé Zenteno y Humberto Toloza.
La celebración se inició en el atrio del templo catedralicio, donde se bendijo el Fuego nuevo marcando el Cirio Pascual con el año 2010 y con los signos alfa y omega, significando que Cristo es el Señor de la historia, principio y fin, a quien pertenecen el tiempo y la eternidad. Cumplido este rito, el Obispo ingresó a la Catedral llevando el Cirio Pascual, donde los fieles prendieron sus velas, mientras el templo permanecía a oscuras.
Posteriormente, se dio paso a la lectura de los textos del Antiguo Testamento hasta el momento en que el sonido de las campanas, la alegría del canto y el encendido de las luces del recinto sagrado marcaron el momento en que Cristo resucitó en la noche más santa del año. Inmediatamente, se leyó la lectura del Nuevo Testamento y del Santo Evangelio, a cargo del Diácono Ronan José Aguirre.
En su homilía, Mons. Urbanč se refirió al regalo que significa la noche de la Vigilia Pascual, que se celebra en todo el mundo, ya que la “Vigilia inaugura en esta noche la primavera renovada”, porque “la muerte da paso a la vida”, “las tinieblas ceden a la luz”. Asimismo, enfatizó que “la luz de Cristo es para todos los hombres. El Evangelio de Cristo es para cada ser humano, para la vida, la paz, la libertad, el amor, la verdad, el bienestar y la justicia”.
Bautismo
Tras la predicación, se llevó a cabo la Liturgia Bautismal, en el transcurso de la cual fue bautizada una pequeña niña, quien pasó a formar parte de la Iglesia de Cristo. También se bendijo el agua en recipientes destinados a los hospitales San Juan Bautista y de Niños Eva Perón, Servicio Penitenciario y Hogar de Ancianos; y se renovaron las promesas bautismales.
Luego de la Liturgia de la Eucaristía y antes de finalizar la Santa Misa, el Obispo saludó a todos los presentes en nombre suyo, de todo el Presbiterio, de los sacerdotes que atienden el Santuario y Catedral Basílica, de los Diáconos y de quienes trabajan asistiendo cada celebración litúrgica.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
¡Aleluya, hermanos y hermanas, Cristo no pudo ser retenido en las oscuras entrañas de la piedra fría tanto del odio y la indiferencia de los hombres, como de la tumba lúgubre, sino que vive porque Él es la Vida en persona y es ‘el Resucitado’ en todo ser humano que ama, perdona y defiende la vida!
Al inicio de esta solemne Vigilia Pascual el templo estaba inmerso en la oscuridad y ninguna luz disipaba las tinieblas de la noche. Después ha entrado la luz, cuando el diácono portaba el cirio pascual, que encendimos en el nuevo fuego bendecido allá en el atrio.

En honor a la Santísima Trinidad, creadora, redentora y santificadora, por tres veces, mientras ingresábamos, hemos exultado: ‘Esta es la Luz de Cristo’. De esta manera, las tinieblas han comenzado a despejarse poco a poco, cediendo el puesto a la Luz. Luego han encendido sus cirios que representan la vida de cada uno de ustedes desde el día del bautismo, y así con la primera llama se fue iluminando cada vez más nuestra catedral basílica. La Luz, que es Jesucristo, vence a las tinieblas. La Verdad de Cristo, vida y luz de los hombres, ha entrado nuevamente, durante esta Vigilia, en la noche, figura de las tinieblas que llenaron el mundo después de la muerte de Jesús y envolvieron su sepulcro. Pero estas tinieblas no pudieron sofocar la Luz, ya que irrumpió de nuevo en el mundo. Cuando, al amanecer del día después del sábado, las mujeres encontraron el sepulcro abierto y vacío oyeron que les decían: “Por qué buscan entre los muertos al que vive; no está aquí, ha resucitado” (Lc. 24,5-6). Estas palabras de 2 hombres ‘con vestidos resplandecientes’ refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana (el que sean dos responde a la condición de validez de un testimonio en la cultura semítica). Habían vivido los acontecimientos trágicos que culminaron con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. Sin embargo, no habían abandonado a su Señor, en la hora de la prueba. Van a escondidas al lugar de la sepultura para volverlo a ver y abrazarlo por última vez. Las impulsa el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea, Samaria y Judea hasta el Calvario.

¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquel era el amanecer del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justamente ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre.

Para asombro de ellas la enorme piedra había sido retirada de la boca del sepulcro; al entrar no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. En un instante todo cambia... ¡Jesús no está aquí, ha resucitado! Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, durante esta Vigilia Pascual.

Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, madre de todas las vigilias, durante la cual la Iglesia permanece a la espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la cruz. La Iglesia estuvo esperando y rezando, escuchando otra vez las Escrituras que relataron sucintamente toda la historia de la salvación.

Pero en esta noche no son las tinieblas las que triunfan, sino el fulgor de una luz repentina que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera orante se convierte ahora en un canto de alegría: ¡Exulte el coro de los ángeles, Adán y toda la humanidad porque la Vida ha vencido a la muerte en singular batalla!

En un abrir y cerrar de ojos cambió totalmente la perspectiva de la historia: la muerte dio paso a la Vida, una Vida que ya no muere, ya que Cristo muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida. Ésta es la Verdad que proclamamos con palabras, pero que debemos gritarla con nuestra vida… ¡Aquél, que las mujeres creían muerto, está vivo! Su experiencia se convierte hoy en la nuestra.

Este anuncio resuena una vez más en miles de lugares del globo en este amanecer de Pascua… Les anuncio una gran alegría: ¡CRISTO HA RESUCITADO! Para todo corazón humano, sediento de luz y salvación, ha resucitado con él la esperanza. La luz de Cristo es para todos los hombres… ¡Nadie debe tener miedo a esta Luz, que es Cristo! Su Evangelio es luz que no mortifica, sino que desarrolla y realiza plenamente todo lo que tiene de verdadero, bueno y hermoso cada cultura humana. El Evangelio de Cristo es para cada ser humano, para la vida, la paz, la libertad, el amor, la verdad, el bienestar y la justicia.

Como en la Carta Pastoral, con ocasión del Centenario de nuestra Diócesis, nº 23, señalé como segunda prioridad la cuestión del bautismo, diciendo que “Todos somos conscientes de la dificultad que existe en la trasmisión familiar de la fe, se impone encarar con fuerza una decidida pastoral bautismal. La novedad misionera debe estar en agregar a la preparación pre-bautismal, una pastoral post-bautismal, donde la Iglesia haga visible que se hace cargo de los hijos que engendra, sosteniendo a lo largo de la vida la conciencia de la vocación bautismal de ‘discípulos-misioneros’, por medio de la recepción asidua de los sacramentos y el conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios”; es por ello que voy a detenerme en la Lectura de Pablo a los Romanos (6,3-11) a fin de que esta Pascua que vivimos en el marco del Centenario y del Año Sacerdotal nos sensibilice en esta experiencia fundante de nuestra fe cristiana. Esta reflexión sirva de un modo particular a ustedes, queridos hermanos, que presentan a esta criatura para que se sumerja para siempre en Cristo por medio del bautismo.

San Pablo interpreta la inmersión en el agua del bautismo como participación en la muerte de Jesús (Rm 6,3). Bautismo significa ‘inmersión’. Ser bautizados significa ser ‘sumergidos’ en el misterio del amor de Dios, que brota del corazón traspasado del Crucificado. El morir espiritualmente con Cristo es el paso indispensable para poder participar en su resurrección. “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él… Lo mismo ustedes considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6,8-9.11). El sacramento del bautismo se asemeja a la resurrección de Cristo Jesús porque introduce en la vida que no muere. Mientras la existencia humana, que cada uno de nosotros ha recibido de sus padres biológicos, termina con la muerte del cuerpo, la vida de Dios recibida en Jesucristo no tiene fin. Por eso, en el Pregón pascual el diácono proclamaba: “¡De nada nos valdría haber nacido si no hubiéramos sido redimidos!”. La vida de Dios no conoce la muerte. En Dios está la plenitud de la vida. Cuantos somos bautizados en agua y Espíritu participamos de aquella vida que Jesús manifestó en su resurrección… Sí, amadísimos hermanos, en esta noche de la Vigilia de las vigilias, revivimos de modo particular el segundo nacimiento de agua y de Espíritu Santo. Así se lo indicaba Jesús a Nicodemo: “El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo replicó: ¿Cómo puede uno nacer, siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer? Jesús le respondió: En verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres que te haya dicho: Tienen que nacer de lo alto” (cf. Jn 3,3-7).

La Vigilia Pascual, en el año litúrgico, es el momento bautismal por excelencia. En ella el símbolo de la luz se une al del agua y recuerda que todos nosotros hemos renacido del agua y del Espíritu Santo, para participar en la vida nueva revelada mediante la resurrección de Jesucristo… “¡Noche verdaderamente dichosa, que llevas a los hombres la luz de Cristo!

¡Noche que brillas sin límites, ilumina con esperanza y paz todos los lugares de la tierra!

En el bautismo se nos perdona el pecado original que heredamos solidariamente de Adán y Eva y todos los demás pecados personales que hayamos cometido en el incorrecto uso de nuestra libertad. Al respecto el mismo Pablo afirma: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Rm 5,20b); por eso, el Pregón pascual incorpora una aguda expresión de san Agustín: “¡Feliz la culpa que nos mereció tan noble y tan gran Redentor!”.

¡Oh Vigilia transida de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que revelas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Jesucristo resucitado. ¡Cómo no darte gracias, amadísimo Jesús, por el don inefable nos regalas esta noche!, a saber: el misterio de tu muerte y resurrección que se nos infunde por el agua bautismal, acogiendo al hombre viejo y carnal, para hacerlo puro con tu divina juventud. En su muerte y resurrección todos nos sumergiremos enseguida cuando renovemos las promesas bautismales, para que en esta noche y el resto de nuestra vida la muerte ceda el paso a la vida, la cobardía y el odio dé lugar a la fidelidad y al amor.


Sí, carísimos hermanos y hermanas, Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él. Para siempre. He aquí el regalo de esta noche, que ha revelado definitivamente al mundo el poder de Cristo, Hijo de la Virgen María, que nos fue dada como Madre al pie de la cruz. Esta Vigilia inaugura e introduce en la humanidad una renovada primavera de esperanza.
Este es el día que hizo el Señor, regocijémonos y alegrémonos en Él. ¡Aleluya! ¡Aleluya!