Camino a la Beatificación

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07 julio 2009

Las Hermanas de la Virgen Niña preparan su partida de Catamarca

A fines del mes de julio de este año, la congregación religiosa de la Virgen Niña deja las tierras de la Virgen del Valle, después de 79 años de servicio a la comunidad catamarqueña.
La labor desplegada por estas religiosas desde su llegada, allá por 1930, fue muy amplia, abarcando no sólo la enseñanza de la doctrina, sino también la ayuda a los más pobres; aunque su acción más conocida es la educativa, ejercida desde la academia de capacitación y posteriormente desde el Colegio Virgen Niña, ubicado en la ciudad capital, donde se formaron generaciones de catamarqueñas ávidas de una educación integral. También su trabajo se extendió al departamento Tinogasta.
Por este motivo, queremos hacer un repaso por la historia de estas religiosas, que desde su carisma particular, ofrecieron todo su esfuerzo, su amor y dedicación a miles de hermanos catamarqueños.

Los comienzos
En el año 1930, la Virgen Morenita llamaba a esta región a las Hijas de la fundadora Capitanio, encomendándoles un campo fértil y de grandes esperanzas.
El obispo de ese entonces, Mons. Inocencio Dávila y Matos, conociendo las necesidades de la diócesis, pedía a la Superiora Provincial, Hna. Lorencina Bernasconi, una pequeña comunidad que se hiciera cargo de la juventud femenina de la zona.
El 21 de febrero de 1930 partían de la Casa Provincial de Villa del Parque (Buenos Aires), cinco hermanas que se dirigían a la ciudad de Catamarca. Se sentían misioneras a pleno título, porque iban al encuentro de las necesidades materiales y espirituales de esa gente, a las cuales abrirían los vastos horizontes de la fe.
Después de dos noches y un día de penoso viaje, las hermanas llegaron a Catamarca, asumiendo la responsabilidad económica del Seminario Diocesano, y aquella de la obra diocesana anexa.

Servicio a los pobres
A los ojos de la incansable Hna. Superiora Carmelina Andrighetti, se presentaron todas las necesidades materiales y morales de la población, sobre todo de la clase pobre que era la más numerosa, y pensó con la ayuda del obispo abrir una escuela primaria gratuita y una escuela de manualidades para las niñas, para prepararlas espiritual y moralmente a la vida cristiana. Muy pronto, estas niñas comprendieron que las hermanas querían su verdadero bien. El número de niñas iba en aumento, llegando después de cinco años a 250 en la escuela, subvencionada por el gobierno nacional, y presentándose como una institución altamente benéfica para las familias del lugar.

Centros catequísticos
Después de dedicarse durante toda la semana a la educación de las niñas pobres de la escuela primaria, los domingos, las hermanas se dedicaban completamente a la obra de la doctrina cristiana o catequesis, distruyéndose en los distintos centros para poder brindar la posibilidad de participación a todos los niños.
* Uno de los centros es Piedra Blanca, en el departamento Fray Mamerto Esquiú, que las hermanas llegan después de un largo trecho de camino, Allí las espera un numeroso grupo de niños, que ya las conocen y las aman. Son más de 150. Al comienzo no sabían hacer la señal de la cruz e ignoraban los conocimientos religiosos. Se dividían en grupos, se sentaban en los bancos y escuchaban con atención y avidez la Palabra de Dios y cuando la lección terminaba volvían a sus familias y les contaban a ellas las hermosas y santas palabras escuchadas.
* Otro centro se encontraba a una hora y medio de camino, Choya, poblado que pertenecía a la Catedral, con un grupo de casas, que distan varios kilómetros entre ellas. Para llegar a esa pequeña capilla, las hermanas deben caminar bajo un sol muy fuerte. La mayor parte de los jóvenes que llegan hasta allí, después de tanto caminar, llegan descalzos y muy cansados. Son de todas las edades, todos deseosos de aprender aquello que la hermana les explicará con mucho amor en torno a las verdades de la fe y de Jesucristo.
Después del catecismo recitaban el santo rosario, cantaban cantos sagrados y luego, hermanas y niños volvían a sus hogares. Es casi el atardecer, la arena aún quema sus pies; pero a pesar de esto, las hermanas están contentas porque con su sacrificio han alegrado a tantos niños y más que todo han confortado al mismo Jesús.
* Había otros cinco centros pertenecientes a la parroquia del Sagrado Corazón: Los Ejidos, La Chacarita, La Tablada, El Cementerio, y por último, un pequeño centro cercano a la cárcel, en la casa de una señora, donde los niños se reúnen y esperan impacientes la llegada de las hermanas.

Incansable labor
En La Chacarita, eran ayudadas por unas señoritas. En el camino que conduce a los ejidos, encontraban niños muy pobres, con hambre, que las seguían y se reunían en la plazoleta cercana a la capilla de Jesús Niño. Son más de 300, divididos en distintos grupos. Luego de la catequesis, los niños comparten el locro, plato favorito de la zona, preparado por algunas señoras generosas.
Otras dos hermanas son las encargadas de la catequesis a los niños, que se reúnen en la capilla del Cementerio; y desde allí, las pacientes misioneras se dirigen a La Tablada, el lugar más difícil de la ciudad, donde la actividades y el celo apostólico del párroco favorecen el encuentro de más de 100 niños. Son casi todos niños de la calle, que no conocen la dulzura de la vida familiar ni las caricias de la mamá, pero tienen un corazón grande capaz de amar.
Para las hermanas es una verdadera peregrinación ir, incansablemente, de un centro al otro. Son recompensadas por un florecer de bien y de copiosas bendiciones para las familias mientras saborean en su interior las palabras de Jesús: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.

Aporte extraído de la obra “L’Istituto delle suore di Caritá”, vol. IV, A. Prevedello.